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Global Inside Synopsis es una marca registrada de newsletter con contenidos de información, análisis y opinión política y económica de Argentina y el mundo. Se brinda en este espacio un panorama que se considera altamente calificado para la toma de decisiones.

jueves, enero 26, 2006

EDITORIAL: “EL PRECIO DEL PAÑAL DESCARTABLE”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). ( 26/1/2006)

Una de dos :

Ó bien tenemos un serio problema en el gabinete ó en este país padecemos la mala suerte de un horrible encadenamiento de presidentes tarados mentales cuya mayor preocupación resulta únicamente poner, cada día, la lupa arriba de una mosca.

Y allí los vemos :

Unas veces declamando ambigüedades y haciendo de cada creencia una opinión contingente y provisional, otras veces disponiendo una ceremonia de solemnidad egipcia para descolgar el cuadro de Amenofis IV y la mayoría de las veces controlando frenéticamente el borde del pasto mientras el fuego se devora el bosque.

Controlar los precios en forma personal, es eso :

Es pasarse el día con la lupa arriba de una mosca, convocando, una por una, a las ovejas de un rebaño de empresarios, para sugerirles renunciamientos que, se sabe de antemano, son sólo perfectamente compatibles con su estructura moral baldía.

Se cuenta, antes bien, con la condescendencia pasiva de unas almas de siervos, cuyo frente es la sonrisa y cuyo contrafrente es el rencor de un lacayo.

No existe ni siquiera un solo ejemplo en la historia del mundo que muestre que controlar precios puede ser algo que termine bien.
Todos terminaron mal.
Y no se puede hallar ni siquiera la más pequeña excepción que confirme la regla.

Antes de iniciar cualquier batalla, Vlad Tepes ofrecía “parlamento” a los generales turcos contra quienes combatía para defender varias comarcas de Transilvania.

En el lugar que designaba el rumano para el “acuerdo”, el general enemigo se encontraba con que Tepes estaba allí rodeado de una docena de oficiales turcos, todos ellos colgados y empalados vivos, a quienes se les daba de vez en cuando agua y alimento para que su agonía fuese más duradera.

Era, como se ve, un acuerdo con “mensaje” implícito de cuyos resultados no podía esperarse menos que salir transido del horror.

Unos “acuerdos” hechos con una piara de pusilánimes dispuestos a sacrificar el único lucro legítimo de su vida, no son otra cosa que la cuadratura del círculo.

Son, peor que eso, el barrido de la más simple realidad bajo la alfombra, del mismo modo que ha venido ocurriendo con el forzado retraso en el sinceramiento de las tarifas de la totalidad de los servicios públicos esenciales.

Y en todos los casos, es un barrido hecho en medio del paisaje de los oficiales turcos colgados de un pie, en agonía lenta.

Los frigoríficos firmaron a ciegas, casi por protocolo, y cuando se dieron cuenta de que había cláusulas que incluían poco menos que el “derecho de pernada”, regresaron sobre sus pasos y tacharon su firma, concientes sin embargo, de su obligación de volver otro día para no ser colgados y formar parte de aquel paisaje.

Y así siguió tratándose, entre gallos y medianoche, este verdadero aborto de la naturaleza encadenado y con la selectividad moral de Procusto , hasta llegar al precio del pañal descartable.

Hace 40 años que el premio Nobel Milton Fridman dejó enseñanzas que son un catálogo de axiomas mundiales.

Podrían servir para suponer que :

Todo pañal descartable al que hay que ponerle en algún momento un precio controlado, se convierte en el acto en su inversa semántica :

Es decir : A todo “precio controlado”, habrá que ponerle, en algún momento, un “pañal descartable”.
Pues ha de ser del único modo que, siendo controlado, siga siendo precio y no se note que trae sorpresas.

Queda claro que cualquier precio, que sea producto de un acuerdo al estilo Vlad Tepes, es un precio controlado y jamás acordado.

Pero además, será controlado sólo por un tiempo acaso menor que la primacía de Vlad Tepes, con lo que ha de ser, entonces, en verdad, un “precio postergado” hasta que aquella primacía se extinga.

El pañal descartable, el papel higiénico y las toallitas íntimas, fueron, durante casi todo un día, el centro de gravedad de los desvelos del Presidente en su conducción estratégica nacional, logrando resultados maravillosos :

Dos meses de precios quietos.

Es esa y no otra la cristalización y la puesta en práctica de los discursos de un farsante consumado : La grandeza del país, los sagrados principios democráticos, los derechos del ciudadano, la moralidad administrativa . Contrasta tanto, que si no es una perfecta desvergüenza consuetudinaria, luce como una taradez enternecedora.

En tales menesteres emparentados con la valoración política y estratégica del excremento, termina pues la increíble rutina de la improvisación a la que estamos sometidos en estas dinastías.

Sobre esa letrina de simplezas ridículas y baladíes, cae rodando estrepitosamente todo el contexto de las declamaciones que diseñan los mercaderes sobre la gloria ilustre de nuestros destinos.

Allí adquiere formas concretas y, en esa praxis, se corre el velo que deja ver como el farsante repuja su obra para nuestro porvenir :

El precio del papel higiénico y el pañal descartable, resumen, por su propia identidad, la chispa luminosa de quien conduce los destinos del país en su histórico rumbo trascendental.

Y prefiguran, con su imagen, el escenario que nos espera.


miércoles, enero 18, 2006

EDITORIAL: “EL ENFERMO NO ESTABA ENFERMO”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). 18/1/2006

Dijo una vez, un monarca :

“Estoy vivo todavía. Me quieren matar, me quieren enfermar, pero gracias a Dios, gozo de muy buena salud”. (sic)

El monarca, no era, precisamente, un tipo sano.

Mentía, obviamente.

En verdad, todos sabían que su salud delicada lo había arrastrado varias veces hacia el susto y aunque mostrarse en público sano era un signo de fortaleza ante sus enemigos, ni su aspecto personal, ni los corrillos de palacio lo ayudaban demasiado en ese objetivo .

El cuadro de sucesión no estaba bien armado.

A su muerte, asumiría un príncipe bastardo y no su esposa por razones de la propia legislación real, con lo cual, había que apurarse a cambiar esa línea sucesoria, ó bien matar al bastardo.

La más interesada era la reina, por razones obvias.

Era Alfonso XI, rey de Castilla, un hombre casi siempre mal vestido y desvencijado pese a que era joven.

Alfonso XI era, en secreto, un hipocondríaco insoportable, peor aún que el propio Proust, Kant o Darwin.
Pero además, su salud era delicada en extremo.

En el siglo catorce no existía la penicilina y los monarcas vivían temerosos de cualquiera de las ocho pestes terribles conocidas en la época.

Cuando se desataba alguna peste, los monarcas se escondían en unos sótanos especialmente construidos cuya tapa era rodeada por un círculo de hogueras incendiadas durante varias semanas por los sirvientes del Palacio Real.

En reiteradas oportunidades los vasallos de Alfonso XI salieron a proclamar con bandos reales que el rey gozaba de buena salud, pero como nadie lo veía porque estaba escondido desde la última peste, circulaba fuerte la versión de que finalmente la peste lo había alcanzado.

Corría el año 1349 y varios oficiales del ejército Castellano sacaron a Alfonso XI de su escondite para que los dirigiera como general en el sitio a Gibraltar.

Alfonso, tapándose la nariz con trapos salió de la cueva y el pueblo sorprendido pudo ver por tercera vez en dos años que “el enfermo no estaba enfermo”.

El monarca se dirigió a Gibraltar, lugar en que las ratas bajadas de los barcos moriscos que llegaban de Mallorca habían desatado la peste bubónica (también llamada “la peste negra”).

El sitio a Gibraltar tomó al ejército Castellano con un contraataque biológico inesperado de la peste negra, cayendo fulminado casi en su totalidad y debiendo retirarse con menos de la mitad de soldados.

Alfonso XI fue también alcanzado por la peste de las ratas para la cual no había ninguna salvación posible, siendo entonces regresado en un camastro al Palacio de Castilla.

Una vez allí, pidió ser llevado otra vez al “sótano de la salvación” suponiendo que en ese lugar de aislamiento habría de curarse.

Las hogueras en círculo, se encendieron.

Otra vez, los rumores de que el rey estaba enfermo corrieron por toda la comarca y fueron varias veces desmentidos con gesto enojoso por mil emisarios.

Los vasallos de Alfonso XI incluso contrataban civiles para que corrieran la voz por tabernas y corrillos.


“El Rey no está enfermo” !! , se proclamaba.

Decían la verdad …

El rey no estaba enfermo …

Estaba muerto.



jueves, enero 05, 2006

NUESTRO “BUCAY” POLÍTICO.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).


Así como Jorge Bucay, escritor y psicoterapeuta, pirata de la “autoayuda” y carterista de librerías, ha venido vendiendo pelotas de humo a millones de incautos, con la simpleza de la punga y el descuidismo ético, algún día descubriremos todos aquí que se han consolidado en el pináculo del poder varios pichones de Bucay, que nos gobiernan.


Así como la escritora española Mónica Cavallé descubrió que este mercader de la ilusión ajena, le había fotocopiado más de sesenta hojas de su libro, macheteándose de noche con su moral de contrafrente para poder vender luego su compendio de aforismos pirateados, del mismo modo, habremos de encontrarnos, antes del 2007, con que aquí nos han estado vendiendo buzones en todas las esquinas por las que hemos caminado.

Ser un “Bucay” un día cualquiera y a la mañana siguiente ser una comadreja de gallinero, no es algo demasiado sorprendente en la Argentina fabulosa de nuestros días.

En determinados casos ese contraste violento, ese abismo increíble, resulta mucho más fulminante sólo por el hecho simple de que ha intervenido un factor especial.

Y ese factor, no es la fama, ni la gloria que hubiese alcanzado el personaje desbarrancado ante nuestra mirada perpleja.

No. El factor es otro :

Es la herramienta con la que, precisamente, se ha labrado esa edificación ejemplificadora de las honras humanas y admonitora de las inconductas :


La ética.

La pontificación de la ética, pues, usada sin escrúpulos, desde los extremos pretendidamente docentes de un racionalismo baldío, hasta el impulso de la fé más esotérica.

La caída es siempre más fuerte desde aquella colina de pureza, desde los escalones más altos de los modelos autorreferenciales, por cuanto la trapacería luce allí doblemente sucia.

Es, así, no sólo el delito, sino también la máscara que se usa para la ruindad en un refinamiento del tráfico de escrúpulos y que cabalmente repotencia al extremo la hipocresía.

Todo puede entonces darse vuelta de la noche a la mañana y algún conocido “Bucay” político que se distraiga un minuto al cambiarse la careta, puede venir a demostrarnos a todos los argentinos que ya no hay margen alguno para los aventureros de la moral.

Y que nuestra capacidad de asombro, orbitaba otra galaxia.

miércoles, enero 04, 2006

EDITORIAL: “LA PARADOJA TOTALITARIA”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

Empiezan a ocurrir hoy, por todo sitio, gravísimas discusiones políticas de ciudadanos comunes que suelen desembocar en la agresión seria o, lo que es peor, en escenas de pugilato.

La figura del matrimonio presidencial, suscita enconos cerriles, odios y divisiones de tal tenor abismal, que vale imaginarse a una sociedad civil fracturada por la mitad (o no tan mitad, como que el lado oficial coleccionó sólo casi el 39,4% de las voluntades en octubre último).

Nunca antes había ocurrido una cosa parecida durante un gobierno democrático, salvo en la segunda presidencia de Perón.

Diríase que no hay, precisamente, un clima de unión nacional, sino todo lo contrario. Y diríase también que el Presidente y su esposa han tenido un éxito pleno en instigar fervorosamente tal clima.

Hasta un niño puede ver, en los libros de historia, la saga de los gobiernos totalitarios nacidos bajo un régimen democrático, aún con apoyo de minorías poco significativas, pero al amparo inapelable de las urnas.

Ascienden por una torre de celofán escalonada en pliegues de total artificialidad, hacia un pináculo cuya altura jamás los conforma y convierten a la oposición en un instrumento atomizado que les pavimenta el camino de tal escalamiento.

Miden quirúrgicamente cada paso de la fragmentación que le ocasionan a esa oposición, con el ánimo de evitar cuidadosamente que desaparezca del todo, casi como una necesidad de agonía sostenida que debe ser así, arrastrada en modo interminable para su imprescindible alimento político en el marco de contrapoderes existentes sólo en los papeles.

Empiezan a caer, antes bien, cuando ellos mismos se transforman en su propia oposición, en un proceso conocido como “la paradoja totalitaria”.

El germen de su caída es siempre el miedo y la inseguridad.

Para enfrentarse a ese drama íntimo que los atormenta cada día, los instrumentos de compensación que desarrollan naturalmente de forma casi descontrolada, son la bravuconada y la agresividad sin límites.

Logran, en verdad, al principio, muchos más adictos de los que ellos mismos se proponen.
Sumisión, sometimiento e incondicionalidad empiezan rápidamente a campear en derredor suyo, y llegan así a constituirse en un lugar seguro, bajo cuya única sombra, en forma categórica, se calman las penurias de los disconformes y también de los que han sido marcados como enemigos.

Arrasan con la verdad en prensa y medios, sólo con la disponibilidad de “caja” y con partidas devengadas del propio erario público, todas ellas simétricas con un régimen impositivo confiscatorio distorsivo y armado con la excusa de “gravísimas emergencias” o amenazas de guerra y agresiones desde el exterior.

El totalitario es esencialmente populista.
Debe serlo forzosamente, por cuanto sueña con ser defendido por la movilización de una masa crítica popular, a la hora de aparecer alguna acusación en su contra, sobre todo si es fundamentada.

Llegan incluso al armado científico de conspiraciones, sólo con el objeto de producir, con idéntica artificialidad, su desbaratamiento estrepitoso, lo cual les permite exhibirse airosos y mostrar una fortaleza sofística de dominio frente a sus seguidores.

Construyen para ello un liderazgo visual, abrazando causas de defensa hipotética de los intereses del pueblo, con una ferocidad terrible. La patria, la bandera nacional y los símbolos de soberanía son el objeto ciego de una incentivación tan espectacular como mañosa, abriendo fuego sobre todos los íconos del desencanto popular, sobre aquellos que jamás nadie defendería y sobre cualquier leña de los árboles caídos.

La defensa de los intereses nacionales, puesta como un cartel en la proa de su avance es siempre abrigo de transacciones y erogaciones mayúsculas sin ningún sentido, encaminadas, cada vez más, a hipotecar futuro y “ganar” presente.

Dicen combatir la calamidad y el vicio del pasado, haciéndolo desde un pedestal de moralidad pública cuyas reglas básicas se imparten desde un discurso conmovedor, sacralizado y enojoso, perorado siempre en muy alta voz o a los gritos.

Logran allí, la rara mezcla de ser víctimas de fantasmas potenciales y verdugos amenazantes en forma simultánea, enarbolando en modo permanente un catálogo de graves peligros y acechanzas que son justamente los reclamos y las pretensiones de unas “minorías deshonestas” en cuya demonización trabajan de sol a sol.

Hacia ellos dirigen las advertencias y diseñan parejamente “grupos populares de acción directa” para producir el amedrentamiento sobre cualquier grupo empresario que salga un milímetro de las reglas de ese juego decretado.

El derrumbe sobreviene por propia inercia.
Acaso nunca por la crítica opositora desde su débil estructura o por los escapes que se animan a ensayar quienes esquivan la mordaza de la prensa.

Sobreviene por una trágica contaminación interna y también por la descomposición natural de cualquiera de las vías de desarrollo económico social, devenida de la parálisis estructural interna y del aislamiento internacional, escenarios de sus propios designios.

Les brota algo así como un tumor de oposición a sí mismos, bien sea por el descalabro de su propia cohesión o bien sea por la extinción forzada de los recursos artificiales de uso discrecional que fatalmente son llevados, por ellos mismos, al límite de su colapso.

La “paradoja totalitaria” es un fenómeno raramente asimilable a una especie de “neoplasia política” en cuyo crecimiento la diseminación de células malignas es una función directa de la trilogía de su práctica política cotidiana :

La postergación, la improvisación y la simulación.

Es una función lineal de las ambiciones del aventurero que se ha embarcado en ese mar sin costas ni rumbos de bitácora, inspirado en un espejo que refleja su rostro bordeado en laurel de fantasía y en la ovación temerosa de los marineros que todavía no quiso tirar al agua.

El sofista Protágoras dejó un mensaje especial para estos aventureros antes de morir en un naufragio :

“El hombre es la medida de todas las cosas.
De aquellas que son, en tanto que son y de aquellas
que no son, en cuanto que no son.”



lunes, enero 02, 2006

EDITORIAL: “MUÑECO DE TRAPO”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

El egregio motonauta, segundo en la línea de sucesión de mando, en pocos años aprendió algo muy sencillo para poder ser un político sobreviviente de varias presidencias :

Ser idóneo en esquivar golpes.

Tiene bien claro que, aunque ligue un sopapo cada media hora, debe sonreír y no decir una sola palabra. No interesa quién aplique los sopapos y cuánto de injusticia haya en ese castigo humillante.

Nada lo humilla.
Ni ahora, ni después de hoy.

Sólo le interesa la supervivencia política a cualquier precio, aún el de su propia dignidad. Aún el de aceptar cualquier injuria, incluso si esta puede lucir esencialmente simple de ser desbaratada.

Ya le han avisado que van por él, pero su maleta rebosante de disfraces para toda ocasión le ha servido siempre para encontrar el enmascaramiento perfecto para salir de cualquier torbellino sin que se note demasiado.

Sabe incluso, bastante bien, lo que es un naufragio hecho y derecho visto desde adentro, por lo que, con semejante licenciatura, no ha de andar tratando de nadar en alguna dirección determinada por su propia voluntad.

Preferirá dejarse llevar por el capricho del oleaje de las aguas turbulentas sin moverse, hasta que alguien se decida a pescarlo de allí, por conmiseración ó por interés, por curiosidad ó por el hallazgo casual de su cuerpo flotante.

Mudo y silencioso, sin descollar, sin ningún estrépito y esperando que todo pase, no le ha de importar ser destinatario de la piedad ó ser golpeado por la furia terrible de los escupitajos o las inquietudes de cualquier crispación.

Seguirá irradiando palabras de paz y conciliación en medio de la lluvia de piedras que ya está sobreviniendo sobre su cabeza.

Su pequeño diccionario de bolsillo del que ha sacado apenas unas doscientas palabras para integrar la totalidad de su vocabulario habrá de servirle acaso para articular algún monosílabo componedor y representar perfectamente un aire de caridad humana que envidiaría seguramente el propio Bergoglio.

Tiene un disfraz de oso, para hacerse el oso.

Tiene uno de “Facundo Quiroga” para pasar como riojano desde sus épocas de tránsito por los Valles de Nonogasta.

Hasta tiene una camiseta de Boca Juniors y una de Racing para no ser golpeado por ningún simpatizante colérico en otras canchas.

Salió siempre indemne con esos disfraces.

También salió indemne de un incendio cuando su departamento de Avenida Callao, forrado en tablones de madera, ardió como la hoguera de Giordano Bruno poniendo en pánico a todo el vecindario.

Salió indemne de las deudas de una quiebra de la que supo lavarse las manos negando una y mil veces su propia responsabilidad y dejando en manos de su padre un pasivo descomunal que jamás fue honrado ni por él, ni por quien le dio el apellido.


Así fue que, ni los fuegos, ni las aguas, ni los acreedores pudieron llevarse más que un pequeño trozo de su cuerpo.
Y viendo desde siempre a todos en derredor suyo usando rostros ortopédicos, supo tempranamente que su drama singularísimo habría de ser notablemente menor.

Habrá tiempo para hacerse fabricar uno de esos rostros.

Fue campeón mundial de una categoría de lanchas que en ningún lugar del mundo se conocen y que nadie habría de disputarle jamás.

Padecer el desprecio, la injusticia, la humillación y el aislamiento de Lucrecia Borgia y su socio marital, lejos de perjudicarlo (él lo sabe) puede hasta granjearle simpatías gratuitas desde lo más profundo de algunas catacumbas, acaso conmovidas por el ensañamiento, como que jamás por el mérito ó el coraje de una víctima sin tales virtudes esenciales.

Sin tales virtudes y sin ninguna otra, como no sea la rapidez para encontrar el disfraz adecuado en medio de cualquier tumulto.

Ha encontrado ya uno, y se lo ha calzado en menos que canta un gallo: El de muñeco de trapo.
Un disfraz para que los Borgia le tiren jocundamente en la kermesse sin siquiera hacer puntería, dejándolos gentilmente que gasten todos sus tiros, sin media palabra de queja, en medio de la burla y la carcoma de un Senado carente del menor vestigio de honor ó de moral, colegiado en la caterva de ese medio centenar de procustos, preparados, sin excepción, para cortarlo en pedazos.


Y se llevará un poco de gloria inmerecida por dejar amablemente que la vituperación y la inquina, lo adornen incluso con algún estrago ético desarchivado de alguna carpeta de la SIDE.

La presidencia del Senado no tiene mayor relevancia u honor que el calamitoso promedio moral de quienes lo integran.

Téngase por seguro pues, que puede ponerse allí a una larva, a un autómata distribuidor de la palabra ó también a un muñeco de trapo, lo mismo da.


La ventaja del muñeco de trapo, es que siempre está igual, inmóvil, con su sonrisa de estatua, hierático como una momia en estado de hallazgo, dispuesto a ignorar cualquier signo de la infamia que deje su honor hecho un guiñapo.