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jueves, octubre 12, 2006

EDITORIAL:
“PRECOLAPSO MORAL Y CLIMA DE GUERRA CIVIL”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). (2/10/06)


La desaparición de Jorge Julio López o cualquier otro episodio trágico parecido, inmediato o no, puede ser el estigma inicial más sencillo de una guerra civil.

Puede parecer esto, sin embargo, una exageración para quién transita la penuria cotidiana sin otra información que la conocida por los medios oficiales.

Pero el clima tenso que se advierte, vinculado con este terrible hecho, en el contexto de una conducta personal de instigación a la fractura social que ha asumido el Presidente de la Nación, tiene claramente dos facetas, ya muy visibles :

El precolapso moral de la sociedad y un clima de venganzas, odios y enfrentamientos cerriles con un pronóstico muy claro de agravamiento hacia algún escenario de violencia irreversible.

Es tan grave lo de Jorge López que cabe preguntarse si la Jefatura de Estado lo tenía estratégicamente previsto entre los hechos posibles o no, en el marco de los supuestos implícitos de la seguridad nacional.

Si lo tenía previsto, entonces la irresponsabilidad mayúscula más evidente y clara se puede ver en el hecho inconcebible de dejar a López sin la pertinente custodia obligada a prestarse por el Ministerio Público Fiscal.

Si no lo tenía previsto, lo cual parece más probable, estamos pues, sin dudas, en manos de una cáfila de aventureros cuya únicas herramientas “disponibles y preparadas” deben ser las ambulancias del SAME, sólo para recoger los cadáveres a su debido momento y por estricto orden de aparición.

Pendula ahora mismo este mandatario, instigador de la fractura civil, entre las siguientes opciones, para calcular cual ha de ser la peor :

A) Que López aparezca muerto.

B) Que López no aparezca más.

C) Que López aparezca sano y salvo.

Sin dudas cualquiera de las tres opciones tiene no menos de media docena de variantes que se han de desprender del “cómo”, del “cuándo”, del “dónde”, del “por qué” y del “para qué”.

Y la búsqueda del “quién”, naturalmente atada a la esencia del caso, ya se ha iniciado en modo febril, aún antes de tener la mínima noticia, ni sobre las opciones ni sobre las variantes referidas.

El Gobierno Nacional necesita urgentemente a alguien para echarle la culpa.

Desde el complot, hasta la aparición de grupos radicalizados de desestabilización, militares, policías, gendarmes y hasta los propios periodistas, todos son preventivamente sospechosos y fáciles de culpabilizar de antemano por parte del Gobierno, aún sin que nadie sepa todavía un bledo del asunto.

La hipótesis ya está hecha.

El enfrentamiento civil, como histórica consecuencia del precolapso moral de una sociedad y como hijo putativo de una República con sus instituciones demolidas, a veces ni siquiera necesita tanta instigación por parte de un gobernante inescrupuloso y transido de odio.

Un simple hecho puntual y rodeado de terror, misterio y señales confusas, puede poner en marcha a todas las fuerzas del hartazgo dormidas. Y todos los que se han sentido llevados, mudos y silenciosos, como ovejas al matadero, sean del color ideológico que sean, puestos en su límite final de odio mutuo, acaso querrán dirimirlo todo del modo más trágico y violento.

Básicamente porque ya ha sido instalado desde el Gobierno el síndrome de hacer justicia por mano propia y luego quedar impune o ser premiado con algún cargo público.

Por cuanto ya se ha decretado, desde el Gobierno, la estigmatización de todos los “enemigos del régimen”, con nombre y apellido.

Se les puede mandar, a cualquiera de ellos, un grupo de choque, o acaso hacer la vista gorda cuando un grupo vaya por su cuenta.

Ya ha ocurrido una y mil veces.
Acaso ya esté asumido por la sociedad y por eso forma parte del paisaje desértico en la kermesse de las instituciones.

Este cóctel molotov fue preparado por el “supremo”.

Y ya nadie podrá decir que fue por omisión.
Ha sido, claramente, por acción.

La contaminación y el degeneramiento del poder devenido en política de facciones han sido derramados prolijamente desde Palacio para que nadie se libre de ser un faccioso.

Desde sus primeros compases, este Presidente rampante ha trabajado arduamente su partitura, por buscar espacios de desencuentro.

Lo ha hecho en todos sus decretos y en todas y cada una de las leyes que ha remitido al Congreso, desde la seguridad pública hasta la educación.

Lo ha hecho forzando cien disputas y cien inquinas entre todos los sectores ciudadanos. Y ha consumado la formación de bandas arrojándoles, a cada uno, su camiseta y su bandera .

Si hubiese podido marcar la piel de sus enemigos con un número, ya lo hubiese hecho.

Lo ha hecho eligiendo a varios ideólogos del mal, para acompañar su gestión y dándoles vía libre para exhumar cadáveres de hace 30 años dirigiéndose a consumar un escenario de venganza sistemática.

Las tensiones ya están flotando como una niebla en toda la sociedad. Así lo dispuso el "supremo" .

Se está con él … o se está en contra de él.

Ha logrado enfrentamientos en las propias familias, en los grupos de amigos y hasta en los compañeros de trabajo.

Tiene a gran parte de la sociedad convencida de que basta ser multitud para ser pueblo.

La unanimidad de los serviles es la base de un consenso que sólo es admisible bajo la advocación de un precolapso moral .

Ignora, alegremente, cuán cerca están las puertas de una guerra civil.

Si la esquiva, será por milagro

Pero no podrá esquivar su pasaje a la historia como el Presidente que consiguió enfrentarnos de nuevo, unos contra otros, a expensas de dinamitar las instituciones y de destilar la alquimia de su veneno sobre todos los consensos que pudieron hacer posible la frágil convivencia en paz y libertad de estos últimos 23 años.