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miércoles, enero 04, 2006

EDITORIAL: “LA PARADOJA TOTALITARIA”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

Empiezan a ocurrir hoy, por todo sitio, gravísimas discusiones políticas de ciudadanos comunes que suelen desembocar en la agresión seria o, lo que es peor, en escenas de pugilato.

La figura del matrimonio presidencial, suscita enconos cerriles, odios y divisiones de tal tenor abismal, que vale imaginarse a una sociedad civil fracturada por la mitad (o no tan mitad, como que el lado oficial coleccionó sólo casi el 39,4% de las voluntades en octubre último).

Nunca antes había ocurrido una cosa parecida durante un gobierno democrático, salvo en la segunda presidencia de Perón.

Diríase que no hay, precisamente, un clima de unión nacional, sino todo lo contrario. Y diríase también que el Presidente y su esposa han tenido un éxito pleno en instigar fervorosamente tal clima.

Hasta un niño puede ver, en los libros de historia, la saga de los gobiernos totalitarios nacidos bajo un régimen democrático, aún con apoyo de minorías poco significativas, pero al amparo inapelable de las urnas.

Ascienden por una torre de celofán escalonada en pliegues de total artificialidad, hacia un pináculo cuya altura jamás los conforma y convierten a la oposición en un instrumento atomizado que les pavimenta el camino de tal escalamiento.

Miden quirúrgicamente cada paso de la fragmentación que le ocasionan a esa oposición, con el ánimo de evitar cuidadosamente que desaparezca del todo, casi como una necesidad de agonía sostenida que debe ser así, arrastrada en modo interminable para su imprescindible alimento político en el marco de contrapoderes existentes sólo en los papeles.

Empiezan a caer, antes bien, cuando ellos mismos se transforman en su propia oposición, en un proceso conocido como “la paradoja totalitaria”.

El germen de su caída es siempre el miedo y la inseguridad.

Para enfrentarse a ese drama íntimo que los atormenta cada día, los instrumentos de compensación que desarrollan naturalmente de forma casi descontrolada, son la bravuconada y la agresividad sin límites.

Logran, en verdad, al principio, muchos más adictos de los que ellos mismos se proponen.
Sumisión, sometimiento e incondicionalidad empiezan rápidamente a campear en derredor suyo, y llegan así a constituirse en un lugar seguro, bajo cuya única sombra, en forma categórica, se calman las penurias de los disconformes y también de los que han sido marcados como enemigos.

Arrasan con la verdad en prensa y medios, sólo con la disponibilidad de “caja” y con partidas devengadas del propio erario público, todas ellas simétricas con un régimen impositivo confiscatorio distorsivo y armado con la excusa de “gravísimas emergencias” o amenazas de guerra y agresiones desde el exterior.

El totalitario es esencialmente populista.
Debe serlo forzosamente, por cuanto sueña con ser defendido por la movilización de una masa crítica popular, a la hora de aparecer alguna acusación en su contra, sobre todo si es fundamentada.

Llegan incluso al armado científico de conspiraciones, sólo con el objeto de producir, con idéntica artificialidad, su desbaratamiento estrepitoso, lo cual les permite exhibirse airosos y mostrar una fortaleza sofística de dominio frente a sus seguidores.

Construyen para ello un liderazgo visual, abrazando causas de defensa hipotética de los intereses del pueblo, con una ferocidad terrible. La patria, la bandera nacional y los símbolos de soberanía son el objeto ciego de una incentivación tan espectacular como mañosa, abriendo fuego sobre todos los íconos del desencanto popular, sobre aquellos que jamás nadie defendería y sobre cualquier leña de los árboles caídos.

La defensa de los intereses nacionales, puesta como un cartel en la proa de su avance es siempre abrigo de transacciones y erogaciones mayúsculas sin ningún sentido, encaminadas, cada vez más, a hipotecar futuro y “ganar” presente.

Dicen combatir la calamidad y el vicio del pasado, haciéndolo desde un pedestal de moralidad pública cuyas reglas básicas se imparten desde un discurso conmovedor, sacralizado y enojoso, perorado siempre en muy alta voz o a los gritos.

Logran allí, la rara mezcla de ser víctimas de fantasmas potenciales y verdugos amenazantes en forma simultánea, enarbolando en modo permanente un catálogo de graves peligros y acechanzas que son justamente los reclamos y las pretensiones de unas “minorías deshonestas” en cuya demonización trabajan de sol a sol.

Hacia ellos dirigen las advertencias y diseñan parejamente “grupos populares de acción directa” para producir el amedrentamiento sobre cualquier grupo empresario que salga un milímetro de las reglas de ese juego decretado.

El derrumbe sobreviene por propia inercia.
Acaso nunca por la crítica opositora desde su débil estructura o por los escapes que se animan a ensayar quienes esquivan la mordaza de la prensa.

Sobreviene por una trágica contaminación interna y también por la descomposición natural de cualquiera de las vías de desarrollo económico social, devenida de la parálisis estructural interna y del aislamiento internacional, escenarios de sus propios designios.

Les brota algo así como un tumor de oposición a sí mismos, bien sea por el descalabro de su propia cohesión o bien sea por la extinción forzada de los recursos artificiales de uso discrecional que fatalmente son llevados, por ellos mismos, al límite de su colapso.

La “paradoja totalitaria” es un fenómeno raramente asimilable a una especie de “neoplasia política” en cuyo crecimiento la diseminación de células malignas es una función directa de la trilogía de su práctica política cotidiana :

La postergación, la improvisación y la simulación.

Es una función lineal de las ambiciones del aventurero que se ha embarcado en ese mar sin costas ni rumbos de bitácora, inspirado en un espejo que refleja su rostro bordeado en laurel de fantasía y en la ovación temerosa de los marineros que todavía no quiso tirar al agua.

El sofista Protágoras dejó un mensaje especial para estos aventureros antes de morir en un naufragio :

“El hombre es la medida de todas las cosas.
De aquellas que son, en tanto que son y de aquellas
que no son, en cuanto que no son.”