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lunes, enero 02, 2006

EDITORIAL: “MUÑECO DE TRAPO”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

El egregio motonauta, segundo en la línea de sucesión de mando, en pocos años aprendió algo muy sencillo para poder ser un político sobreviviente de varias presidencias :

Ser idóneo en esquivar golpes.

Tiene bien claro que, aunque ligue un sopapo cada media hora, debe sonreír y no decir una sola palabra. No interesa quién aplique los sopapos y cuánto de injusticia haya en ese castigo humillante.

Nada lo humilla.
Ni ahora, ni después de hoy.

Sólo le interesa la supervivencia política a cualquier precio, aún el de su propia dignidad. Aún el de aceptar cualquier injuria, incluso si esta puede lucir esencialmente simple de ser desbaratada.

Ya le han avisado que van por él, pero su maleta rebosante de disfraces para toda ocasión le ha servido siempre para encontrar el enmascaramiento perfecto para salir de cualquier torbellino sin que se note demasiado.

Sabe incluso, bastante bien, lo que es un naufragio hecho y derecho visto desde adentro, por lo que, con semejante licenciatura, no ha de andar tratando de nadar en alguna dirección determinada por su propia voluntad.

Preferirá dejarse llevar por el capricho del oleaje de las aguas turbulentas sin moverse, hasta que alguien se decida a pescarlo de allí, por conmiseración ó por interés, por curiosidad ó por el hallazgo casual de su cuerpo flotante.

Mudo y silencioso, sin descollar, sin ningún estrépito y esperando que todo pase, no le ha de importar ser destinatario de la piedad ó ser golpeado por la furia terrible de los escupitajos o las inquietudes de cualquier crispación.

Seguirá irradiando palabras de paz y conciliación en medio de la lluvia de piedras que ya está sobreviniendo sobre su cabeza.

Su pequeño diccionario de bolsillo del que ha sacado apenas unas doscientas palabras para integrar la totalidad de su vocabulario habrá de servirle acaso para articular algún monosílabo componedor y representar perfectamente un aire de caridad humana que envidiaría seguramente el propio Bergoglio.

Tiene un disfraz de oso, para hacerse el oso.

Tiene uno de “Facundo Quiroga” para pasar como riojano desde sus épocas de tránsito por los Valles de Nonogasta.

Hasta tiene una camiseta de Boca Juniors y una de Racing para no ser golpeado por ningún simpatizante colérico en otras canchas.

Salió siempre indemne con esos disfraces.

También salió indemne de un incendio cuando su departamento de Avenida Callao, forrado en tablones de madera, ardió como la hoguera de Giordano Bruno poniendo en pánico a todo el vecindario.

Salió indemne de las deudas de una quiebra de la que supo lavarse las manos negando una y mil veces su propia responsabilidad y dejando en manos de su padre un pasivo descomunal que jamás fue honrado ni por él, ni por quien le dio el apellido.


Así fue que, ni los fuegos, ni las aguas, ni los acreedores pudieron llevarse más que un pequeño trozo de su cuerpo.
Y viendo desde siempre a todos en derredor suyo usando rostros ortopédicos, supo tempranamente que su drama singularísimo habría de ser notablemente menor.

Habrá tiempo para hacerse fabricar uno de esos rostros.

Fue campeón mundial de una categoría de lanchas que en ningún lugar del mundo se conocen y que nadie habría de disputarle jamás.

Padecer el desprecio, la injusticia, la humillación y el aislamiento de Lucrecia Borgia y su socio marital, lejos de perjudicarlo (él lo sabe) puede hasta granjearle simpatías gratuitas desde lo más profundo de algunas catacumbas, acaso conmovidas por el ensañamiento, como que jamás por el mérito ó el coraje de una víctima sin tales virtudes esenciales.

Sin tales virtudes y sin ninguna otra, como no sea la rapidez para encontrar el disfraz adecuado en medio de cualquier tumulto.

Ha encontrado ya uno, y se lo ha calzado en menos que canta un gallo: El de muñeco de trapo.
Un disfraz para que los Borgia le tiren jocundamente en la kermesse sin siquiera hacer puntería, dejándolos gentilmente que gasten todos sus tiros, sin media palabra de queja, en medio de la burla y la carcoma de un Senado carente del menor vestigio de honor ó de moral, colegiado en la caterva de ese medio centenar de procustos, preparados, sin excepción, para cortarlo en pedazos.


Y se llevará un poco de gloria inmerecida por dejar amablemente que la vituperación y la inquina, lo adornen incluso con algún estrago ético desarchivado de alguna carpeta de la SIDE.

La presidencia del Senado no tiene mayor relevancia u honor que el calamitoso promedio moral de quienes lo integran.

Téngase por seguro pues, que puede ponerse allí a una larva, a un autómata distribuidor de la palabra ó también a un muñeco de trapo, lo mismo da.


La ventaja del muñeco de trapo, es que siempre está igual, inmóvil, con su sonrisa de estatua, hierático como una momia en estado de hallazgo, dispuesto a ignorar cualquier signo de la infamia que deje su honor hecho un guiñapo.