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miércoles, enero 18, 2006

EDITORIAL: “EL ENFERMO NO ESTABA ENFERMO”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). 18/1/2006

Dijo una vez, un monarca :

“Estoy vivo todavía. Me quieren matar, me quieren enfermar, pero gracias a Dios, gozo de muy buena salud”. (sic)

El monarca, no era, precisamente, un tipo sano.

Mentía, obviamente.

En verdad, todos sabían que su salud delicada lo había arrastrado varias veces hacia el susto y aunque mostrarse en público sano era un signo de fortaleza ante sus enemigos, ni su aspecto personal, ni los corrillos de palacio lo ayudaban demasiado en ese objetivo .

El cuadro de sucesión no estaba bien armado.

A su muerte, asumiría un príncipe bastardo y no su esposa por razones de la propia legislación real, con lo cual, había que apurarse a cambiar esa línea sucesoria, ó bien matar al bastardo.

La más interesada era la reina, por razones obvias.

Era Alfonso XI, rey de Castilla, un hombre casi siempre mal vestido y desvencijado pese a que era joven.

Alfonso XI era, en secreto, un hipocondríaco insoportable, peor aún que el propio Proust, Kant o Darwin.
Pero además, su salud era delicada en extremo.

En el siglo catorce no existía la penicilina y los monarcas vivían temerosos de cualquiera de las ocho pestes terribles conocidas en la época.

Cuando se desataba alguna peste, los monarcas se escondían en unos sótanos especialmente construidos cuya tapa era rodeada por un círculo de hogueras incendiadas durante varias semanas por los sirvientes del Palacio Real.

En reiteradas oportunidades los vasallos de Alfonso XI salieron a proclamar con bandos reales que el rey gozaba de buena salud, pero como nadie lo veía porque estaba escondido desde la última peste, circulaba fuerte la versión de que finalmente la peste lo había alcanzado.

Corría el año 1349 y varios oficiales del ejército Castellano sacaron a Alfonso XI de su escondite para que los dirigiera como general en el sitio a Gibraltar.

Alfonso, tapándose la nariz con trapos salió de la cueva y el pueblo sorprendido pudo ver por tercera vez en dos años que “el enfermo no estaba enfermo”.

El monarca se dirigió a Gibraltar, lugar en que las ratas bajadas de los barcos moriscos que llegaban de Mallorca habían desatado la peste bubónica (también llamada “la peste negra”).

El sitio a Gibraltar tomó al ejército Castellano con un contraataque biológico inesperado de la peste negra, cayendo fulminado casi en su totalidad y debiendo retirarse con menos de la mitad de soldados.

Alfonso XI fue también alcanzado por la peste de las ratas para la cual no había ninguna salvación posible, siendo entonces regresado en un camastro al Palacio de Castilla.

Una vez allí, pidió ser llevado otra vez al “sótano de la salvación” suponiendo que en ese lugar de aislamiento habría de curarse.

Las hogueras en círculo, se encendieron.

Otra vez, los rumores de que el rey estaba enfermo corrieron por toda la comarca y fueron varias veces desmentidos con gesto enojoso por mil emisarios.

Los vasallos de Alfonso XI incluso contrataban civiles para que corrieran la voz por tabernas y corrillos.


“El Rey no está enfermo” !! , se proclamaba.

Decían la verdad …

El rey no estaba enfermo …

Estaba muerto.