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Global Inside Synopsis es una marca registrada de newsletter con contenidos de información, análisis y opinión política y económica de Argentina y el mundo. Se brinda en este espacio un panorama que se considera altamente calificado para la toma de decisiones.

miércoles, febrero 28, 2007

EDITORIAL : “EL FINGIMIENTO DE LA VIRTUD”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). ( 27/2/06)

Ambos están convencidos sobre que no pueden perder.

Al derecho o al revés, juntos o separados, el matrimonio siente que tiene el campo despejado para seguir en el poder.

Más que eso :
Suponen ahora mismo, que cualquier viandante que decida salir a postularse, ha de pensarlo dos veces cuando barrunte la enorme chance de ser humillado hasta el pisoteo en las urnas.

Acaso Elisa Carrió y Jorge Sobisch ya lo estén pensando.

Lavagna no ha terminado de armar ni el 15% de su base territorial mínima para enfrentar el compromiso.

Le dicen cada mañana que, mano a mano, va a perder.

Y tal vez sea por unas diferencias tan abismales que puedan terminar fulminando su carrera política.

El matrimonio lo espera… con la “caja” a su disposición.

Jamás se imaginaron “tenerla” tan servida en bandeja.
Ella, últimamente callada, se retuerce sin embargo en envidias por Bachelet, por Angela Merkel, por Segolene Royal y hasta por el cheque al portador de Hillary Clinton.

Ambos saben bien que la formidable aplanadora de “la caja” ya funciona sola.
Pero además perciben, como las bestias, el olor de las víctimas transidas de miedo.

Un miedo que se vincula a la esencia del peligro inminente.

Un opositor que conozca de antemano su propia derrota por guarismos de deshonra o de catástrofe, ha de preferir la prudencia de conservar su pequeña cuota de predicamento virtual, bien lejos del examen del voto popular, esperando que algún día puedan “alinearse los planetas” a su favor, de una forma más decorosa.


Desde el último conato de ballotage, que acaso no sea el mejor ejemplo, quedó flotando el estigma de las derrotas por abandono y la rara mezcla de prudencia y cobardía que suele ocurrir frente a una aventura electoral.

El populismo ideológico les ha invadido la psiquis y casi han convencido a media sociedad que lo mejor es estatizar todo. Energía, comunicaciones y fluidos, acaso mucho más por la oportunidad que tienen de enroscarse gratis el pabellón nacional, que por su oculta pasión controladora de las cloacas.

El páramo opositor, jamás visto en la historia del país, puede ya mismo estar avisándonos de un largo tiempo de desertificación política, suficiente tal vez para abrirle paso a un triunfo que, sin exageraciones, supere largamente el 60 %.

Así están las cosas.

Perviven hoy, estos enfermos de la inquina, aferrados a una caja, con el único terror ciego a las 3 epidemias que ya circulan por las venas de la Nación pero que pueden todavía ser enmascaradas por un tiempo razonable :

- La orfandad de inversiones.
- La presión de la reclamación social.
- La inflación rampante.

Una terna de virus que siempre se retroalimentan mutuamente y crecen sin aparente dolor.

Su costo de enmascaramiento sólo puede pagarse con el superávit artificial de las leyes de emergencia, con los decretos DNU y con la transferencia discrecional del sector privado hacia el sector público en una sangría que parece indetenible.

Tendrán tiempo para sacar a relucir las excusas cuando esos tres virus empiecen a convertirles todo en un escenario trágico.

Pero todas las excusas deben prepararse con detalle quirúrgico, haciendo una siembra programada y muy selectiva de la culpa :

1) Hay que seguir sembrando de choques y de agresividad todo el frente externo con el diseño populista de una soberanía económica de fantasía.

Entonces pues, de ese modo, la falta de inversiones aparecerá como la malvada respuesta extorsiva de un mundo exterior que no pudo sojuzgarnos. Y por eso decidió aislarnos.

2) Hay que sembrar de mil promesas y concesiones a todo el arco sindical corrupto, haciendo fuerte cooptación de dirigentes y forrándolos prolijamente con la chequera de la “caja” negra.

Entonces allí, las presiones de la reclamación social han de parecer sólo como un fenómeno de bases, cuya anarquización y cuya desconexión dirigencial los convierta a todos en minorías irrepresentativas.




3) Hay que estigmatizar un poco más a todo el sector empresario, sembrando sobre ellos un manto de culpabilización por goteo contra las corporaciones y estableciendo allí el nuevo origen universal y único del lucro, tan injusto como especulativo.

Entonces pues, la inflación podrá endilgarse a la perversidad y no reconocer ningún otro foco identificable.

La selectividad moral, así establecida e instalada permitirá incluso aprovechar la división social para orientar aquella protesta (incentivando incluso su violencia) contra aquel enemigo ya estigmatizado.

Cada virus engorda con el otro, pero también inversamente cada uno es excusa perfecta para usar el apriete de los descontentos.

En el tránsito hacia la sinrazón, vale sólo entonces la liturgia del trípode táctico más sencillo de la artificialidad :

1) Postergar. 2) Improvisar. 3) Simular.


La mansedumbre insólita de una dirigencia empresaria rastrera y obsecuente, la absoluta falta de arrojo cívico del arco opositor que opera como una vulgar estafa política a la representatividad social y el gran terror a la defenestración de los circuitos de supervivencia del palacio, son los factores que sirven de plataforma sólida a ese trípode.

Para que todo el mundo quiera seguir subido arriba del snowboard, deslizándose suavemente hacia un destino que ha sido borrado literalmente de la visual del pueblo.



Ya importa poco que Scioli se arrastre aceptando cualquier cosa y demostrando que su promiscuidad política increíble busca hoy el Guiness de la sumisión. Callando frente al viaje de su nuevo ladero Luis D´Elía a rendir homenaje al peor enemigo de Israel e insultando así a toda colectividad judía del país y a su gente masacrada .

Un travesti de la moral que, ante este hecho inadmisible, hasta debe haber cambiado su religión, siendo nieto (como es) del fallecido Gran Rabino de Roma e hijo del difunto pero conocido miembro de la colectividad, José Scioli.

Nos confirma el motonauta que aquí sigue reinando la peor pornografía necrofílica institucional, violadora de los tres cadáveres de la certeza pública :

Los planes , la honestidad y los objetivos.

Todos ellos yacen muertos en una sala velatoria cuidados celosamente por un ejército de mercenarios que vigilan la inmovilidad de esos cuerpos colgados por la mediocracia.

El matrimonio, más al garete que rumbeado, sigue navegando en el éxtasis de un populismo fingido que ya quiere exportar como “receta” al mundo entero.

Todo lo que hicieron ambos en su vida, ha sido sólo por el pueblo y para el pueblo, privándose de cualquier gratificación personal en un derrame conmovedor de continua entrega personal abnegada y munificente.


Envueltos en la bandera azul y blanca, se disponen a ingresar a la historia universal de los derechos humanos en el carro triunfal de la hipocresía política más repugnante que se haya conocido.


Los escoltan la impavidez de los idiotas, el servilismo de los inmorales y la distracción de los conformistas.

Un coro de ciegos aplaude sus cabriolas de amor irrefrenable por el pueblo y sólo oye en letanía, sus valientes estocadas hacia el atropello norteamericano, y hacia la polución uruguaya.

Su populismo ideológico es mucho más una atrofia de la esencia dativa del género humano que un atisbo de cultura exquisita contenido en algún rapto de convicción sensible.

Es imposible para ellos, disimular su propia impotencia psíquica por la intriga de vivir o no vivir, más allá del rencor que arrastran ambos, ocultamente, en sus intestinos.

Su odio, allí nacido, los ha convertido en un par de inadaptados que se privan de lo que ignoran y que declinan, sin virtud, lo que no valoran.

Y ese populismo ideológico teatralizado hasta el delirio, es el que los inhibe del gozo propio, sencillamente porque se les nota demasiado que actúan siempre como vulgares tránsfugas del autosacrificio y de la generosidad.

Como mercaderes del renunciamiento ajeno.

…Y como fingidores del propio.


Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar

viernes, febrero 02, 2007

LA DEMOCRACIA TRUCHA DE LA ARGENTINA.
(Por el Lic Gustavo Adolfo Bunse) (9/1/2007)

Hay una visión de la gente que parece peligrosa.

La visión de aceptar ciegamente una exagerada idolatría tradicional por un concepto que podríamos llamar aquí, “la democracia trucha”. La democracia argentina

La democracia, concepto solemne si los hay, se nos quiere presentar a todos como si fuera un gran “cuco extorsivo”.
No se puede criticar a la democracia, (como aquí lo voy a hacer), sin que aparezca algún imbécil que le venga a decir a uno que es un golpista , un totalitario o un gran antidemocrático.

Siendo los dirigentes políticos argentinos, casi sin excepción, una caterva de truchos, chantas y rateros sociales, es difícil que la democracia se pueda salvar de tener el sello de su conducta.

El “producto natural”de esos sujetos es la “democracia trucha”.

La democracia, lo mismo sirve para denigrar y excomulgar a quienes no la defiendan con uñas y dientes así como para blindar las actuaciones de sus más conspicuos beneficiarios :

Los dirigentes políticos que fueron elegidos por ella.
Los que elige una ciudadanía, obligada a votar.

Y así, cuando ya están elegidos, parece que esa elección fuera una especie de salvoconducto ó patente de corso para que se perpetre cualquier clase de medidas y decisiones.
Una ordenanza que exige el acatamiento total a cualquier decisión.

La esencia misma de la democracia reside en la ambición sin freno para ganar cuantas elecciones vengan, y por el margen mayor posible. En consecuencia, el afán, ó ideal de cualquier artido, es pues, ganarlas, una tras otra, y por unanimidad, todas.

El sueño honesto de un político democrático, sería que todos los votantes se sintieran representados por él, y en ese sentido su anhelo coincide plenamente con el del dictador y el totalitario, sólo que el primero de los tres aspira a verlo cumplido mediante la persuasión y los otros mediante la imposición, la invasión, el sometimiento, el dirigismo, la ocupación y la fuerza.

El primero por aclamación. Los otros, con ó sin ella.

El primero está dispuesto a conformarse con una aproximación razonable al cumplimiento de su anhelo, los otros no tolerarán el incumplimiento parcial y no aceptarán otra cosa que la cabal realización de sus designios.

La meta de ambos es, sin embargo, la misma :
Tener el poder, agrandarlo, acumular cada día más y ejercerlo sin ninguna clase de trabas, dirigir y manipular a los gobernados a su criterio, independientemente de que tanto el uno como el otro crean ó puedan creer estarlos favoreciendo, protegiendo, guiando y hasta tutelando.

Un político, de la clase que sea, es alguien que, para empezar, cree estar en lo cierto. Puede, tranquilamente, estar loco de remate y no habrá examen previo que le diagnostique su reviro y le impida asumir la función que sea.

Cree saber lo que es mejor para sí mismo y para los demás, para la totalidad de sus conciudadanos, y quiere llevar a la práctica su proyecto ó –más artísticamente- ver plasmadas en la realidad sus figuraciones más colibrillas.

Es alguien que aspira, siempre, a regir sobre otros y a decidir por otros, aunque formalmente lo haga “en nombre” de esos otros.

Que uno utilice la persuasión y el otro la imposición no es poca diferencia, al contrario.

Es toda la diferencia.

Pero esta diferencia no debe ni puede, de hecho, ocultar que dentro de la persuasión caben y también se inscriben el sofisma, la demagogia, la mentira, el engaño, las falsas promesas, y tal vez la calumnia.

Sin duda todas las farsas, las argumentaciones falaces y por supuesto la propaganda, no digamos el insulto, las acusaciones infundadas, la trapacería, la difamación, la emboscada, la hipocresía y el chantaje.

Y sin embargo, la superstición democrática, en su manifestación más extrema, pretende y logra que todo esto sea normalmente excusado. Que sea pasado por alto, aceptado y aún acordado.
Rara vez o nunca será denunciado o condenado.

Se toma como “parte del juego”, ó como “gajes del oficio”, ó como la “lógica de las alianzas”, de la “compensación y de la represalia”. Lógica del cambalache.

Todo esto se analiza con asombrosa asepsia, se cuenta y se especula con ello, se admite y aún se propicia.
Parece normal que un político diga lo que no piensa, prometa lo incumplible, diga cualquier pavada, esconda sus intenciones y cambie de opinión en función de sus caprichos, sin explicar tal cambio. Es normal que se crea dueño del Estado y haga de él un coto de caza para sus negocios o para sus vicios.

Nunca será castigado un dirigente político por sus veleidades ó inconsecuencias. No se le han de pedir cuentas porque un día censure y al siguiente ensalce a un contrincante, a otro partido.

Siempre va a encontrar un comprensivo agasajo de todo lo que diga o haga – en realidad resignadamente corrupto - .

Pero cuando surge por ventura alguna persona que por estas prácticas descalifica a un político ó a un partido, entonces todos , como un ejército, sacarán a relucir sus dientes para que, con su magia, vuelvan las acusaciones en contra de quien los acusa :

“Somos una agrupación democrática, somos hombres de la democracia, gozamos de inmunidad democrática”, “hemos sido limpiamente elegidos en unas votaciones libres”, “atacarnos equivale a insultar a varios millones de electores”.

Estos son los reproches amenazantes a cualquiera que se anime a criticarlos. Cuidado : Atacar lo sacralizado es hereje.

Un partido puede ser democrático en el sentido meramente técnico de estar registrado como tal y concurrir a las elecciones, pero puede perfectamente no serlo ni en su espíritu ni en su funcionamiento interno (y vemos que no lo es casi ninguno), ni en su defensa de ese sistema político ni, desde luego, en su mínima tolerancia de los demás partidos.

Unos políticos pueden haber sido, en efecto, elegidos en votaciones libres, pero será difícil ó más bien imposible que lo hayan sido “limpiamente” en la Argentina .

No sólo por las habituales manipulaciones antedichas sino porque, sobre todo, habrán sido elegidos en primer lugar –esto es, contratados, comprados, premiados ó “fidelizados”- por el aparato de sus respectivos grupos que los colocara en las listas cerradas armadas sobre “negocios a futuro” o devolución de favores.

Y, claro está, criticar, atacar ó incluso descalificar a un político no equivaldrá jamás a insultar a un solo votante suyo :

No ya porque un altísimo porcentaje de votantes opte siempre por una ú otra lista sólo como mal menor, sin ningún entusiasmo ni, desde luego, por incondicionalidad alguna, sino porque, por mucho que a los políticos y a los partidos les guste considerarse ó estén considerados “representantes” de la ciudadanía, a la hora de los hechos lo son en grado mínimo, en nuestra democracia.

Son unos perfectos chantas.

Truchos, todos ellos, reyes de la justificación, buscadores de culpas ajenas, lavadores de manos, insinceros, irresolutos, trenzadores de arreglos y acróbatas de la promesa.

Lo decisivo aquí, es que son siempre, y en el mejor de los casos, representantes interinos provisionales.
Azarosos, si se me apura.

Y la prueba de ello, es el modo en que, ellos mismos, cada vez que hay nueva campaña, procuran atraerse precisamente el voto de quienes la vez anterior no se lo dieron ni los quisieron como representantes suyos.

Digamos en suma, que su grado de “representación” está tan rebajado, tan pálido, tan “televisivo”, su vínculo con los electores es tan teórico, cambiante y superficial, que de ninguna manera se podría hallar veracidad en sus pretensiones de transferir los ataques que reciben al cuerpo de sus votantes.
Esa correa de transmisión que inventaron, es una entelequia.

No hace falta remontarse a cualquier ejemplo de los tiranos que fueron elegidos democráticamente las veces que lo fueron, para recordar que, en un sistema democrático asentado, lo importante no es que tal ó cual político haya sido “democráticamente elegido” , sino lo que ese político haga después de haber sido elegido.

En este sentido, para lo único que ha de servirle es para recordar a sus enemigos, rivales ó críticos que lo que no puede hacerse con él, bajo ningún pretexto, es derrocarlo por la fuerza y sin que medien unas elecciones nuevas.

Que un joven sea condenado a unos meses de cárcel por robar una coca cola en un supermercado se querrá hacer pasar por muy justa sentencia si ésta se ha dictado “con la ley en la mano”.

Pero los gastos insólitos y demenciales de los funcionarios y dirigentes políticos a cargo del erario público se podrán justificar siempre, por más escandalosos y superfluos que sean, sólo con “estar contemplados en las nobles partidas presupuestarias legalmente aprobadas”, y así hasta el infinito.

El recurso a la solemne legalidad ha sido empleado con la misma tranquilidad y desahogo por todos nuestros gobiernos.

Pero especialmente por el actual gobierno de Kirchner.

Un formidable muestrario de dirigentes políticos que, empezando por él, son los arquitectos consumados de la democracia trucha


Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar
EDITORIAL: “CUANDO CAIGA DOMICIANO Y SU SUERTE”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). (16/1/2007)

Domiciano (Tito Flavio Domiciano) fue probablemente el más cruel de los emperadores romanos, junto con Cómodo y Vitelio.

Nació en el 51 d.c. . Asumió en el 81 cuando tenía 30 años y murió asesinado en el 96 durante su mandato. Sometió al senado auto-nombrándose “Censor Perpetuo” y sostuvo que el único que gozaba del derecho a tener buena suerte era él , simplemente por ser “Dominus et Deus” (Señor y Dios).

Domiciano de vez en cuando, hacía exhumar los cadáveres de algunos de sus enemigos que él mismo había matado y los volvía a exhibir colgados para recuerdo de la conciencia pública.

Compraba mercenarios por 20 sestercios y fue asesinado por una suma muy inferior a esa. Sus propios mercenarios lo degollaron.

Una época realmente dorada del Imperio se inició el día de la muerte de Domiciano, al asumir el anciano y honorable Senador Nerva, quien les dijo muy afectuosamente a los romanos :

“No rige más la prohibición de tener buena suerte. Sois dueños de forjarla o dejarla por cuanto desde hoy sereis libres de pensar y hacer por vuestra propia conciencia” (Gayo Suetonio, 114 d.c.)

Sirve de mucho este ejemplo porque aquí tenemos nuestro propio comprador de mercenarios, sojuzgador del parlamento, distribuidor de buena suerte y exhumador de cadáveres.

Después de tantos años de transitar una suerte desgraciada en este país y después de tantos presidentes descerebrados, hay quienes no se pueden explicar cómo nos vino a tocar este.

Y menos aún se lo pueden explicar, al ver esta nueva mala suerte de hoy, en el contexto de toda la mala suerte anterior a él, sucesiva, consecutiva, repetitiva y también sostenida en el tiempo.

Por cuanto también la “mala suerte”, según entienden todos, tiene su propio arco estadístico discontinuo de “probabilidad iterativa” ó de “improbabilidad de ocurrencia”. Sin embargo, cuando falla ese cálculo, puede empezar a pensarse que hay algo muy singular que está completamente fuera de la proyección de la estadística y que no responde a esas leyes.

Bajo el fuego de artillería durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados que lo recibían, en vez de protegerse en cualquier lugar, preferían ponerse a resguardo precisamente en el cráter que había dejado el último cañonazo, porque era casi imposible que, justo allí, exactamente, fuese a caer un cañonazo posterior.

Nada descabellado, por cierto.

En nuestro caso, si toda la galería de presidentes, uno por uno fuesen impactos del fuego de artillería sobre los argentinos, el abrigo de los huecos que fueron dejando no nos hubieran servido como refugio de ninguno de los otros.

Al contrario, todos, con precisión matemática, nos vienen pegando en el mismo sitio.

Lo primero que se me ocurre, es dejar de pensar en la mala suerte más pronto que volando, y empezar a buscar otros motivos, un poco más racionales.

No nos ha servido para nada pensar en la famosa estadística de la “mala suerte”. Aquí no funciona. Peor que eso, con nosotros los argentinos, ha funcionado exactamente al revés, es decir :

Ó alguien nos está dando cartas malas todas las manos (y siempre son las peores), ó somos nosotros los que estamos tomándolas de la mesa, a propósito o sin advertir que no hay una sola buena.

Y me temo que, además de ser nosotros mismos los que tomamos cada mano del turno, las cartas están boca arriba.
O sea que, sin dudas, las vemos a todas, perfectamente bien.

Nuestro Domiciano subió con el 21%. Parece raro pero hasta la Junta Militar hubiese obtenido más del 40% si se postulaba en el 76.

Todas las cartas estuvieron siempre a la vista y aunque por cierto nadie votó a la Junta, nadie se haría cargo hoy, de haberla deseado.

Tan raro como encontrar a alguien que haya sumado en aquel 21%.

También, aunque algo de esto pueda ser realmente así y aunque incluso seamos víctimas de una masa crítica de gente que vendió su voto por un paquete de yerba, aquí hay cosas que evidentemente estamos dejando de hacer.

En el cuadro de postulaciones que se prepara delante de nuestras narices para rifarse el país en octubre próximo, puede verse el conjunto de los declamadores de la “Nueva Argentina” quienes de modo muy claro componen el más elocuente y patético muestrario de lo peor de los últimos diez años.

Me pregunto si acaso una “rueda policial” de reconocimiento de detenidos hubiera lucido menos sospechosa que este grupo de perfectos tránsfugas de la moral que acompañan a nuestro “Domiciano” y a su siniestra esposa en el tránsito hacia su nueva consagración .

¿ Por qué está allí, toda esa cáfila de abigeos ?

Son ellos, precisamente, las cartas que están a la vista.

Pues están en ese lugar, para avisarnos a todos nosotros que las cartas que podemos elegir en breve, una vez más, nos dejan la libertad de seguir teniendo malas “manos”.

Hemos tenido en los últimos 50 años, un promedio histórico parejo, eligiendo sucesivamente siempre a una categoría especial y única de sujetos, todos los cuales, sin excepción, eran farsantes en sus tres categorías conocidas :

a) Farsante amateur, b) Farsante superior, c) Farsante consumado.

Nuestra sociedad, de ese triste modo, diseñó, casi sin advertirlo, la incubadora de Frankenstein. Una verdadera casta de dirigentes políticos farsantes, cuya única condición ingénita de “pertenencia”, casi obligatoria, es esa : Ser farsantes.

Las farsas, para tenerlo claro, son aquellas conductas en las que se finge la realidad genuina.
Esto supone que, en verdad, distinguimos dos planos :

Uno externo aparente, manifestativo, otro interno sustancial, que se trasunta en aquel.

Y aquella realidad, tiene la misión ineludible de ser expresión adecuada de esta.

Si no lo es, entonces es farsa.

Y tiene esta realidad interna, a su vez, la misión concreta de manifestarse y exteriorizarse en aquella.

Y si no lo hace, es también farsa.

Pongamos un ejemplo :

Un hombre que defiende con vehemencia un conjunto concreto de opiniones ó principios todos los cuales en el fondo de su conciencia le importan realmente un bledo, es un farsante.

Un hombre que tiene realmente ese conjunto de opiniones firmes, digamos un catálogo de principios expresables, pero no los defiende ni los pone en práctica jamás, es otro farsante.

Así dicho, pues, la verdad del hombre radica en la correspondencia exacta entre el gesto y el espíritu, esto es, en la casi perfecta adecuación entre lo externo y lo íntimo.

En la traslación rectilínea desde la convicción personal hacia los hechos de la vida.

Pero vemos claramente que no existe, por donde se lo busque, ningún dirigente político argentino que luzca esa condición.

No es mala suerte :

Hemos forjado nosotros mismos, muy silenciosamente y con un inexplicable esfuerzo, esa dirigencia unívocamente farsante.

Todos ellos son así. Y están todos en la misma bolsa negra.

Cualquier cosa que saquemos de esa bolsa negra tiene la garantía inmanente de cumplir con tal singularidad.

Nos tentamos por decir :

Acaso cuando nos llegue nuestro “Nerva”, se nos muere por anciano


Pero, en verdad, no vale ni lo uno ni lo otro. Entendámoslo así.

No hay aquí suerte, y tampoco hay mala suerte, como dijo una vez el anciano Nerva. Libres de pensar… forjémosla o dejémosla

La “suerte” se acabó hace rato.

Y la “mala suerte”, ya no nos asiste … ni siquiera como excusa.


Lic Gustavo A. Bunse
gabunse@yahoo.com.ar