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miércoles, diciembre 21, 2005

EDITORIAL: “POPULANDIA”.
(Un cuento corto futurista).
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

Al amanecer del 10 de diciembre del año 2011, un calor insoportable flotaba pesadamente sobre la Plaza de Mayo.

Algunas nubes color plomo tapaban parcialmente un horizonte de cielo que aparecía nítidamente rosado en sus confines.

Una guillotina de madera negra había sido instalada allí, la noche anterior por un grupo de hombres vestidos de gris y boina roja, un uniforme que también tenían puesto los guardianes de la Casa de Gobierno, distribuidos a razón de 50 por puerta y 5 por ventana.


Era el país de “Populandia” en el que, desde hacía mucho tiempo, no había ejército, ni policía, ni gendarmería.

Todo el control estaba en manos de una milicia popular, armada con palos, que fue creciendo formidablemente en cantidad de efectivos a medida que crecía su propia insuficiencia para imponer el control del orden público.

Era terrible : Algo más del 70% de la población formaba parte de la milicia popular todos ellos vestidos de gris y boina roja.


La guillotina se usaba lunes, miércoles y viernes para cumplir con la única ley que existía en “Populandia”:

“La ley de supresión del peligro”.

No había otra ley allí, puesto que el Congreso de “Populandia” había unificado la legislación por orden del Gobierno y todos los milicianos eran, precisamente, “controladores de esa única ley”.
El Estado había crecido de tal acromegálica manera que el restante 30% de la población, eran todos empleados estatales.


Varias epidemias habían arrasado con la vida de miles de habitantes de “Populandia” cuando la basura, desparramada por las calles alcanzó, un día, a tapizar completamente el pavimento de todas las ciudades.

Bolsas de basura despanzurradas por todo lugar, habían atraído hacia “Populandia” a casi todas las ratas y cucarachas del mundo.

“La ley de supresión del peligro” funcionó entonces y todos los milicianos salieron con sus palos a matar ratas y cucarachas. Nadie se ocupó de la basura y la suciedad, las cuales pasaron a formar parte del paisaje de “Populandia”, como una especie de alfombra de todo lugar de tránsito público.

Pero después llegaron, sucesivamente, una multitud de epidemias:

El ébola, la vaca loca, la viruela, etc.

Los milicianos no deban abasto con sus palos y la “ley de supresión del peligro” autorizó entonces el uso de la guillotina.

Todo lo peligroso se guillotinaba, fuese lo que fuese.

Pasaron por la guillotina uno a uno cinco millones de vacunos con el mal de la vaca loca y otros tantos animales e individuos contaminados.

El gobierno había estado escondido durante todo el último año, custodiado por miles de siervos de la “milicia popular” pero pesaban en su contra decenas de denuncias por corrupción, arbitrariedad, malversación de reservas del Estado, y también por propiciamiento de las epidemias.

Nadie sabía, esa mañana tórrida, el motivo de la instalación de la guillotina en ese lugar de la Plaza.

Además, se corría la voz de la llegada de otra epidemia atroz.

A las diez de la mañana un piquete de milicianos populares ingresó a la casa de gobierno y a los pocos minutos salió de allí arrastrando una especie de jaula portátil completamente cerrada, con rueditas y enseguida la acercó a la guillotina.

Se juntó una enorme multitud para ver a quien iban a guillotinar.

La jaula se abrió lentamente y la pareja que estaba adentro fue sacada a empujones y guillotinada en el acto .

Se develó el misterio :
Había llegado la “gripe aviar”.

Los dos últimos pájaros que quedaban en “Populandia” eran una pareja de pingüinos “emperador” que servían de mascota en palacio y que habían acompañado mucho tiempo a los jerarcas del imperio.

La pareja de pingüinos fue ejecutada por decreto de “necesidad y urgencia” y , de tal modo, se acabó con la última de las terribles epidemias de “Populandia”