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miércoles, diciembre 21, 2005

EDITORIAL: “EL UNICO MIEDO”
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse).

Pocos saben en la Argentina, con exactitud, cuál es el único miedo verdadero de Néstor Kirchner.

Casi nadie sabe cuál es el esquema principal de causales de sus ataques de pánico recurrentes.

Cuál es, en su íntima convicción, casi el único factor del que no se siente seguro en absoluto y del que, inversamente, presiente una especie de proximidad inexorable cuya fórmula real para esquivarlo no existe a su alcance.

No es su salud, por cierto en vías de secreto deterioro.

No es el creciente poder de su esposa que ha empezado a levantarle la voz en todo sitio sobre los temas que jamás cuestionaba y que siempre respetaba:
El enfoque instrumental de las políticas públicas.

No es tampoco su entorno, plagado de traidores, de hipócritas y de advenedizos, a quienes conoce con detalle quirúrgico.

Ni siquiera es alguno de sus famosos “grandes” enemigos políticos, anteriores ó actuales a ninguno de los cuales considera suficientemente muerto en lo político como él hubiera deseado.
Tampoco son, ninguno de los fantasmas externos, ni Washington, ni el FMI, ni el G-7, ni sus vecinos más odiados como Lula ó Lagos.

No es la ruptura con el Fondo Monetario que le sugieren sus íntimos ó el Plan “B” de desenganche que podría surgir por esa causa.

No, nada de eso.
El terror íntimo y verdadero de Kirchner es nada más ni nada menos que “el problema social en ciernes”, sus líneas de tensión en límite de maduración para poner a desbordar todo, sin control por vía del chispazo más ingenuo e inocente que pueda ser concebido.

Una temible masa crítica de pobres e indigentes cuyo porcentual se anuncia en descenso mes a mes, pero que él sabe íntimamente que no es cierto.

Sueña con eso.

Casos como el de Francia, lo desequilibran y lo llenan de zozobra.
Pero en su ánimo personal no se instala una preocupación genuina proyectada a resolver los problemas sociales desde su raíz. No hay en él un enfoque generoso y dativo para ese déficit que resulta tan sensible a los correctivos desde el pináculo del poder.

No.
Su miedo es absoluto egoísmo y deseo de poner a salvo su pellejo.

Miedo a tener que caer, sin remedio, en un escenario de caos generalizado que surja por vía de esos fenómenos de contagio sucesivo de factores desencadenantes absolutamente impredecibles.

Se horroriza al extremo al imaginarse que puede tener que vérselas con la decisión de seguir dejando que se queme y se destruya todo con su liturgia montonera de “policías decorativas”.
Ó acaso, frente a un problema de escala, tener que tomar la decisión de poner un límite verdaderamente contundente.

Lo ha dicho en la intimidad :
“Antes de ordenar una represión sistemática, renunciaría”. (sic)

De modo que si aquí ocurriera lo de Francia ó acaso mucho menos que eso (y si esa “promesa” fácil fuese cierta), Kirchner se iría del Gobierno, lo cual, de hecho, entra mucho más en la lógica de una incapacidad estructural para ejercer la conducción pública que en el enfoque elogioso de alguna filantropía dogmática puesta al servicio de proteger las vidas humanas.

Quemar autos es el terrorismo más fácil y más barato que se conoce. Un poco de nafta en uno de los neumáticos y en 5 minutos ya es difícil detener el daño total.

Ni siquiera hace falta una botella “molotov”.
Como símbolo de castigo a las “clases altas” y como modo de llamar la atención sobre las postergaciones sociales, este es sin duda un procedimiento menos riesgoso que un piquete y mucho menos “personal intensivo”, de modo tal que sólo hacen falta media docena de incendiarios con mediana experiencia y algún estímulo.

Si logran generalizar el caos incentivando a todos los “guetos” de marginalidad que conocemos aquí con el nombre de “villas miseria”, entonces va a ser difícil parar el caos.

Quizás por esa simple razón, es el “único miedo”, por cuanto ninguna otra cosa es esperable en materia de presiones desde la mansedumbre social argentina, salvo algún tibio cacerolazo si les quitan los depósitos ó acaso los cortes de autopistas programados y consensuados por el propio Gobierno, en la persona de su Ministro del Interior Aníbal Fernández.


Su colega francés Sarkozy le provoca naúsea, de modo que prefiere volver a autorizar, como lo hizo el último lunes 14 a la noche , que la UOCRA corte la Avenida Lugones a las 9 de la mañana, que cumplir con su juramento de que “jamás se cortaría otra autopista”.

Autorizar, dejar hacer, esperar que se incendie y se destruya todo, contener a la policía hasta que las ruinas de Pompeya y Herculano, en cenizas, puedan ser fotografiadas por los diarios.

Y pagar después los daños con la Caja del Estado, dejando que todo siga por el camino de la divina providencia. De la casualidad.

Esa es la liturgia.

La “válvula de escape” para que todo se olvide rápido.

Publicar mil datos falsos del nivel del delito y “dar sensaciones” de tranquilidad con la prensa adicta.

Provocar problemas internos y gremiales en los diarios que se animan a difundir un atisbo de crítica como lo que ocurre en por estos días en La Nación.

Espantar así, de un modo absolutamente trucho, patear para adelante la más incontrolable de todas las causas de conmoción:

“El único miedo”