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viernes, septiembre 29, 2006

EDITORIAL: “LA CAMPANA DE WALL STREET”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse) 19/9/2006.

“Campanero, campanero,
cuando toques pensarás….
–no lo olvides un momento-
que las campanas, por ti …
tocarán… el día del muerto
… y tu …seguirás el sueño
para luego despertar…
en tu loca eternidad…
sin saber que contestar…
al que quiera preguntar
si en la vida fuiste bueno”

El Presidente de la Nación fué a tocar la campana de Wall Street.

El símbolo que pretende irradiar con semejante hipocresía es una adhesión al mundo capitalista que, por esencia, le repugna desde lo más profundo de sus vísceras.

Acaso suponga que con señales de este estilo, se podría revertir la tendencia reluctante de la mayoría de los inversores de todo el mundo, quienes a la hora de mirar hacia estos confines, prefieren a Chile, a Brasil y aún a Perú o a Colombia para arriesgar su dinero.

Acaso suponga que puede borrar de un plumazo la imagen de su empleado dilecto Luís D’Elia, difundida por la CNN a todo el mundo violando propiedades privadas o incendiando comisarías.

Cuando Kirchner tire del badajo, quizás los tenedores de bonos estafados por no haber entrado en el canje, en 20.000 millones de dólares, podrán mirarse confundidos y sin salir de su perplejidad esperarán casi como un símbolo el tañido de la burla.

La vieja campana de Wall Street es, casualmente, el objeto que mejor representa la náusea de este presidente argentino, contagiada de su admiración por los tres más grandes violadores de la propiedad privada americana : Castro, Morales y Chavez.

La transacción financiera en cualquiera de sus formas, ha sido el concepto central sobre el que Kirchner vació su estómago en todos sus discursos, lo cual convierte al campanazo de Wall Street en una perfecta hipocresía enciclopédica.

Pero el refinamiento de cualquier hipocresía puede adquirir niveles exponenciales si cualquier desprevenido analiza lo que ocurrió con los famosos “Fondos desaparecidos de Santa Cruz”, con los cinco transactores financieros de esa multimillonaria trapalonada cuyos nombres aún desconocemos, con las fuertes comisiones que fueron cobradas por los actuantes, con las tasas compuestas que fueron devengadas por semejante inmovilización de fondos y con los costos financieros nunca informados por los tres mercaderes que fueron comisionados por el Jefe de Estado para tal histórica inversión financiera .

Su maleta de símbolos carga también algunos otros

En efecto, los estudiantes de Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, escucharon azorados la voz de una mujer que apareció ante sus ojos transida de cargos de conciencia.

Era Teodora de Bizancio, emperifollada ad hoc, para informarles a todos de un modo abstruso que “ella creía que el capitalismo existía” (sic).

No sabían bien si venía a reafirmarles lo que ella creía que ellos no le creían, o si acaso venía a pedirles que creyeran una perogrullada que ni ella misma creía en su intima conciencia.

En cualquier caso, ese insólito planteo de vulgar “transferencia psicológica” parecía el acto fallido de una adolescente tratando de elegir un modo de vida o la expresión de principios nuevos de una arrepentida que no puede evitar que se sienta pena por ella.

El matrimonio se repartió la tarea :

Cada uno por su lado hizo una singular turnée de exhibición de símbolos.

Creen tal vez, que el lenguaje de los símbolos funciona en ambas direcciones y suponen que sus travesuras al populismo heterodoxo no han de molestar a nadie, cuando regresen a casa.
Ni a su numerosa tribuna “progre”, ni a sus aliados íntimos de la izquierda totalitaria americana.

Allí mismo, en el New York Stock Exchange, epicentro mundial del capitalismo y la globalización, donde ya cotizan un total de once empresas argentinas, el Presidente ha de ascender al balcón de la campana para mostrarse con el ropaje de un mundo que resulta justamente el tumor ideológico de su vida.

Acaso salga de allí hacia el baño haciendo arcadas y tapándose la nariz, sabiendo que el costo político de lo que ha hecho habrá sido sin dudas mucho más oneroso por lo ridículo de la cabriola que por prefigurar un cambio que ni un dipsómano le podría creer.

A la sombra de Luís D’Elía, de los fondos de Santa Cruz, de los bonistas estafados y de unos cien discursos anticapitalistas, este conmovedor campanero de las contradicciones nos mueve a releer a Víctor Hugo en sus dos obras más conocidas :

“Los miserables” y el “Jorobado de Notre Dame”.

El badajo de la campana es siempre una soga muy peligrosa si algún día llega a enredarse en el cuello del campanero.