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Global Inside Synopsis es una marca registrada de newsletter con contenidos de información, análisis y opinión política y económica de Argentina y el mundo. Se brinda en este espacio un panorama que se considera altamente calificado para la toma de decisiones.

miércoles, agosto 30, 2006

EDITORIAL : “EL SALTO DE LA LANGOSTA”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). (8/8/2006)

Es alarmante imaginar que un Presidente de la Nación se halla convencido, por alguna extraña razón, que un plan es una pavada.

Un plan puede ser una pavada… pero sólo para quien sea un pavo.

Alguien que ignora que un plan es un catálogo de disposiciones para lograr un objetivo que contiene básicamente las soluciones prefiguradas para cada eventual caso de adversidad.

En otras palabras. Un plan es una herramienta de muy alto valor en materia de previsibilidad que permite enfrentar un curso de acción con sus alternativas ó contingencias difíciles porque contiene opciones para resolver cada uno de los problemas a medida que se van presentando.

Un plan permite el abordaje inmediato de los inconvenientes a diferencia de cualquier curso de acción improvisado, para cuya interrupción nunca se tiene a mano una solución idónea.

Entonces, cualquier imbécil sabe que primero hay que hacer un plan y luego (sólo luego) se puede avanzar hacia el objetivo.

Tropezar con problemas y tratar de hacer un plan cada vez que eso ocurre es un mecanismo inverso a la realidad, claramente demostrativo de la improvisación y además revelador de una agenda sólo marcada por la aparición de problemas.

Y eso es justamente lo que hace nuestro mandatario.

El Presidente se encuentra con el desborde de un problema cualquiera y recién allí decide ordenar que se haga un “plan”. (véase la parodia del plan agroganadero)

Tuvo antes que eso, varios problemas de todo orden luego de cuya aparición y después de tratar de negarlo por un tiempo, recién en ese momento decidió ordenar que se haga un “plan”.

Digamos que, según parece, este hombre hace planes cada vez que lo desbordan los problemas. Es decir, lo que hace es fabricar un plan cada vez que la situación de adversidad no es abordable por ninguna acción ya prevista.
Y siempre considera que es una real pavada

Pero se asusta cuando no hay nada que hacer porque la realidad ha llegado para llevarse su parte de razón. Esa razón que se le negó a la realidad cuando, en su momento, la tenía.
Pero, ¿por qué Kirchner hace esto?

Sin tener en cuenta que él mismo sostuvo públicamente que no creía en los planes, lo cual no entra en la cabeza de ningún analista, la razón esencial que podría conjeturarse acaso sea alguna de las siguientes :

1) No sabe, es decir, ignora la concepción doctrinaria ó la teoría académica que le da fundamento a esa praxis fundamental del management.

2) Sostiene algo así como un dogma “antiplan” ó un compromiso personal, sólo para no desdecir sus afirmaciónes iniciales.

3) Prefiere instrumentar un “pseudo plan” cuando aparece algún problema, acaso sólo para asegurarse una aprobación rápida en el Congreso y para poder incluir en su texto alguna medida dirigista ó alguna estatización.

En cualquiera de los casos parece justo preguntarse, si, en realidad, no estaremos en manos de un aventurero.

Ya que no parece en absoluto un loco, y que su doble personalidad no parece ser una esquizofrenia galopante, entonces, podría ser simplemente un aventurero.
No digamos que lo sea, pero veamos un poco esto :

Esa simpleza, la del aventurero, nos deja también una duda muy seria respecto de la sucesión de hechos que determinó su acceso al poder y del raro encadenamiento de episodios políticos que lo sostuvo en sus cargos anteriores.

Para mejor ver, hagamos con infinita bondad, la hipótesis de que Kirchner no es un aventurero.

Veamos, para sostener esta postura, cuáles son las características que “adornan” a un aventurero hecho y derecho en las artes políticas.

La vocación del aventurero es paradójica :

Es la vocación de “no tener vocación”. Es la vida a salto de trinchera, una trayectoria compuesta solamente de episodios fragmentados. Son hilos zigzagueantes de existencia que no forman finalmente una trama concreta.

Casi a diario se está muriendo a una vida, para renacer en otra.

La presencia cruda del futuro, con todos sus peligros y sus dificultades, nos crea frenos que moderan y retienen el automatismo de nuestros impulsos.

Más aún: esos impulsos no funcionarían habitualmente si no son incitados por un trabajo que nuestra fantasía ha premeditado y ha puesto a su servicio.

Pero el aventurero, en realidad, es un hombre que nace y vive casi totalmente “desreglado”.

El aventurero viene al mundo con una fantasía anómalamente atrofiada, y en eso consiste todo su infame destino.

Es incapaz de representarse su propio futuro.
Mira al porvenir, aún al más inmediato, y no ve nada.
Por eso carece de vocación.

La vocación, el argumento de nuestra existencia, es en verdad una trama tejida por la imaginación.

Si el aventurero fuera solamente esto, no haría nada. Su vida sería paralítica.

Pero esa misma incapacidad para representarse el porvenir, impide que se desarrollen los frenos a su impulsividad, la cual, abandonada a sí misma, crece.

Esto sí que es el aventurero : un impulsivo.

No reflexiona, por cuanto reflexionar no es sino imaginar con detalle el futuro, vivir de antemano.

La osadía del aventurero procede, en buena medida, de que no logra representarse los peligros y, muy especialmente, su propia suerte del día siguiente.

La impulsividad es, pues, la que crea mecánicamente los destinos del aventurero.


Su vida es una serie espasmódica de disparos automáticos que sus impulsos van ejecutando.

Le pasa igual que a la langosta:

Esta es una infeliz. Un personaje realmente impredecible.
Un ejemplo de ser viviente sin plan.
Un día cualquiera, se halla en un lugar de la pradera sin designio alguno, pero, de pronto, no sabe lo que le pasa y se le dispara el resorte loco de la sinrazón del salto.

Y allá va por los aires … sin saber a donde va, hasta caer en un paraje totalmente imprevisto.

Y una vez allí…, no tiene más remedio que afrontar su “nueva” y su “no buscada” situación desconocida.

Del mismo modo, el aventurero, comienza por ejecutar una acción impremeditada, no importa cuál. Esta acción lo pone en un brete… y afronta el brete. Nada más.

Y así sucesivamente... En él, lo primero no es reflexionar, sino al revés, hacer algo, (sea lo que sea).

Luego (y sólo luego) averigua qué es lo que le ha acontecido.

El ejemplo de la langosta es tal vez injusto, acaso por cuanto no se conoce que ninguna de ellas salte por los aires y caiga como una idiota entre las llamas de un incendio o en la boca de un reptil.

Digamos que parecen saber, al menos, hacia qué zona pueden saltar sin correr ningún peligro.

El aventurero, en cambio, salta absolutamente a la bartola.

Pero eso sí… es muy solemne cuando lo hace… y se enoja mucho si alguien lo cuestiona ó se atreve a objetar esa pirueta loca.

Hay aventureros solitarios cuyo aislamiento les impide hacer daño a nadie con esas decisiones de verdaderos “tábanos sin cabeza”.

Sin embargo, vemos con cierto terror, que hay otros aventureros que no están solos y … más grave que eso, los hay, en muchos casos, que tienen mando sobre toda una República.

Son langostas en todo sentido. Depredan a los saltos


Y cuando saltan esas “langostas”, saltamos todos.