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miércoles, mayo 24, 2006

EDITORIAL : “EL LATROCINIO DE LA ESCARAPELA”.
(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). (23/5/2006)


Será un espectáculo único.

Un acto político absolutamente unipersonal, en el que los filibusteros del poder, usarán el espacio de la fecha patria para poder lograr un fin trapacero y falsificado.

Tal como lo haría una gavilla, enfundados en el gorro frigio, usarán de este símbolo, su nobleza, para apiñar gente en derredor de los manteles oficiales, atentos a su afán presuroso de alcanzar alguna migaja de la “merienda” que allí se ofrece.

Un espectáculo único.

Será la imagen solemne de un sofisma de bandoleros con la escarapela mutada ese día en el distintivo del partido único, con la anuencia de todos y donde cada participante tendrá, sin cargo de conciencia, un precio concreto por su complicidad, por su aplauso y por su ovación.

Perdido todo criterio para juzgar actos propios y ajenos el escenario estará montado casi sin ningún pudor sólo para oir las alabanzas mezcladas, hacia la patria y hacia los actores de la comedia que estarán allí, usando sin reparo el cotillón barato de la bandera nacional y el gorro frigio.

Y allí estará también presente, el temor y la adulación en concurso real con el servilismo y la complacencia.

Habrá un despliegue de adulación de ida y vuelta, por cuanto no sólo se adula a los reyes y a los poderosos.

También se adula, inversamente, al pueblo bajo, en un afán malsano de popularidad, sin dudas mucho más denigrante que el propio servilismo.

Un afán vulgar de hacer que se vea clara la presencia cuantitativa de las turbas a las que se han de arrojar mil alabanzas, mentidas todas ellas, desde el disfraz del ideal erigido como dogma infalible.

Elogios y victimizaciones de fábula, dirigidas a una plebe que sabe muy poco de descifrar embustes.
Y allí, arrastrada a la ignominia, no ha de encontrar otro modo que responder con un aplauso y con un clamor de contagio obligatorio, con que, en ese sitio, entre los pliegues de una turbamulta coactiva, callar será un suicidio.

Un sofisma ciego, ya cohonestado como “el día de la patria y del poder” por cuanto la hora los favorece para que se confunda su ineptitud con lirismo y su vanidad con decoro.

Un día en el que la irresponsabilidad del conjunto ha de borrar la cuota individual del yerro.

No habrá mucho para decir, que no haya sido dicho.

Tributarios de la simbología de los contrastes con el pasado, sabrán en esa hora, desde su palio, que podría ser suficiente con un solo guiño para que todos allí, giren sobre sus talones y vayan a destruir cualquier vida o cualquier obra.

Sólo gestos y sonrisas.

Brazos en alto, y manos abiertas desde una gran banda presidencial cruzando el pecho de un “prócer”, locatario casual de los espacios vacíos y las oportunidades.


Un crápula provincial de ideologías bifrontes, que ni ha definido antes, ni se anima a condenar ahora, para seguir navegando impune en el privilegio inmoral de la ilusión de los ignorantes.

Frases muy cortas, armadas para la ocasión, agotando los últimos recursos de su incompetencia y haciendo allí más de mil cabriolas para disimular su compulsión proscriptora de la dignidad y los ideales.

Un espectáculo único.

Con todos los canales del país, enviados a enfocar el Tedeum de la hipocresía. Puestos allí de rodillas con gesto de contrición, junto a la gran cáfila del latrocinio devastador del país, Moyano, Barrionuevo, Lingeri, los hermanos ganzúa y Luis D’ Elía.

Quemando todas sus manos enguantadas con litros de agua bendita y soñando sentarse, si pudieran, a la diestra del Papa ó de la Madre Teresa de Calcuta.

Se habrá de ver y oír, la hipocresía de un “ventrilocuo” para negar su voluntad reeleccionista y se verá como espera que lo diga “la plaza”, según haya funcionado el picaneo de los intendentes.

Que lo diga la “vox populi” y quede así instalado que, en realidad, fue la “vox dei”.

Allí estarán unos 72 alcaldes y sub alcaldes de toda laya, en un curioso torneo de advenedizos y acróbatas felpudistas, con su dignidad comercializada por frente y por retaguardia. Lacayos confesos, todos ellos, de la conveniencia personal y tributarios de las contorsiones más indignas, atentos siempre a la posición de la veleta política, pero jamás a cualquiera de los valores supremos que los obliga al bien común.

Un torneo de los tamaños de una alfombra en los que puede convertirse un ser humano, cuando decide ser, antes que nada, un mercader de la deshonra.

Un torneo por la cantidad, la calidad, la entonación y la disciplina de la hacienda que hayan logrado arrear a la plaza el día de la Patria para rendir pleitesía a quien va a pasear su silueta entre la multitud, envuelto en la bandera.

Un señor travestido en el burdel de una muchedumbre que podrá verlo ese día, pendular entre la demagogia y el patriotismo sin que le importe un bledo cual de los ropajes ha de tapar al otro.

No ha de ocurrir allí el anuncio de la nacionalización de algo privado, ni la socialización de los bienes de producción, ni la expropiación de ninguna tierra, pero simplemente porque el discurso ha navegado siempre en la ambigüedad de los dos tonos, en la sutileza de sugerir más que asegurar y de amenazar más que exhibir el coraje de tomar alguna responsabilidad para el juicio de la historia.

No se puede absolver la trapisonda de rapiñar el espacio y el tiempo de los símbolos de la Patria.

No hay quien pueda perdonar el latrocinio descarado de la escarapela o del mástil de la bandera nacional y su reemplazo inescrupuloso por alguna pretensión personalísima.